- Adelante, siéntate.
El momento en que me posé en ese diván de cuero negro fue la última vez que me pregunté a mí misma qué demonios hacía en esa consulta. Contentar a mi madre, supongo. Creía firmemente que estaba perdiendo el tiempo, que ésta mujer en absoluto iba a ayudarme con mis problemas. Mas aun, ni siquiera creo que le importen mis problemas.
- ¿Eres Greta, verdad?
Asiento con la cabeza, al tiempo que reprimo un “por desgracia”. En serio, ¿Greta? ¿En qué pensaban mis padres? ¿No podría haberme llamado María? ¿Alba? ¿Marta? Ya sabes, algo más corriente. Si me apellidase Garbo y tuviese una mirada de esas difíciles de olvidar, con una prometedora carrera como actriz por delante, la verdad es que no me hubiese importado. Pero me llamo Greta Sánchez… y olvídate de miradas especiales y actuaciones estelares.
- Está bien Greta. Tu madre me comentó por teléfono brevemente tu caso, pero me gustaría que rellenaras este cuestionario para conocerte mejor y saber qué piensas tú de todo esto.
Créame señora, no creo que le guste saber lo que pienso ahora mismo de todo esto. Incluida usted. En ese momento abre un pequeño cajón de su escritorio de trabajo y saca varios folios grapados. Me acerca el formulario y le echo un vistazo por encima. El primer folio son preguntas de sí o no. A partir del segundo son escalas de esas en las que tienes que indicar de 0 a 5 cuán de acuerdo estás con una afirmación. Qué entretenido.
- No te preocupes, puedes rellenarlo tranquilamente en casa.
Supongo que no he disimulado muy bien la total falta de interés que tengo en hacer este formulario. Ser transparente, virtud y defecto por partes iguales.
- Hoy la sesión será breve, únicamente te haré un par de preguntas para ahondar un poco en tu carácter, ¿de acuerdo? –Hace una pausa a la espera de mi consentimiento. Al menos será breve, así que asiento. -Dime, Greta, ¿tienes pesadillas frecuentemente?
Tengo que reconocer que esa pregunta me pilla de improviso. Esperaba tener que indicar de 1 a 10 mi grado de depresión, si me siento agobiada, estresada, si me quiero suicidar… no sé, lo típico. El caso es que sí, si tiendo a tener pesadillas cada dos por tres desde que era una niña.
- Y dime, ¿hay alguna pesadilla que recuerdes especialmente? ¿que por algún motivo te aterrara más que otras? Cuéntame.
Por supuesto que la hay. Hace muchos años soñaba que en la oscuridad aparecían todo tipo de criaturas, fantasmas y demás seres terroríficos de Hollywood para asesinarme cruelmente o vengarse de mí porque… bueno, porque sí, estas cosas que sólo pasan en los sueños. Entonces me despertaba gritando y corriendo encendía todas las luces que me encontraba de camino a la habitación de mis padres. Sigo teniendo ese tipo de pesadillas, y reconozco que al despertarme enciendo la luz de mi habitación, pero queda en un susto que por lo general no vuelvo a recordar. Sin embargo, tuve una pesadilla muy distinta hace tiempo que no consigo sacarme de la cabeza. Dudo que esta mujer vaya a ayudarme con mis problemas, pero no tengo motivos para mentirla ni ganas de inventarme ninguna historia, por lo que cierro los ojos y revivo ese momento.
- Fue un sueño muy realista. Estaba en la finca de mis tíos, que se encuentra en una de las laderas del valle. Estaba en el patio de la parcela y había mucha gente, todos eran familiares creo, y todos hablaban entre ellos. Supongo que era algún tipo de celebración porque son las únicas ocasiones en las que la familia nos reunimos en la finca de mis tíos. Podría incluso decir que era verano… o eso me hacían pensar detalles como el cielo despejado y la piscina limpia. Entonces cerré los ojos y desapareció todo el mundo. En realidad no sé si cerré los ojos, pero se me hace difícil pensar que la gente desaparece sin saber cómo. El caso es que me quedé sola allí, en el patio, contemplando la ladera del valle y su vegetación mientras sonaban los chorros de agua cayendo sobre la piscina y el ruido de los insectos de verano. Bajo aquel inmenso cielo azul me invadió una sensación extraña difícil de explicar, algo a medio camino entre el miedo y la tristeza. No había nadie, pero sentía que alguien me observaba. No alguien que quisiera matarme ni nada por el estilo. Alguien… más bien algo, algo que me observaba sin saber de dónde por puro placer, como si fuera el resultado de una obra de arte. Me sentí tan pequeña y vulnerable, como si fuera una minúscula pieza de algo inmensamente más grande, de un mundo que se escapaba de mi comprensión. Y toda la importancia que le pueda dar una persona a su propia vida se desvanecía, como si el zumbido de las cigarras se impusiera sobre mi existencia. Por un momento me sentí feral, sin uso de razón alguno, como si sólo esperase mi momento de morir. Y sólo quería llorar, gritar y llorar, porque no sabía cuál era mi propósito allí. No, no en la finca, sino en la vida.
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