Preside el despacho un enorme gráfico proyectado en la
pared, dibujando una inclinada y descendiente curva en su tramo inicial, para
terminar en una línea fija a ras del fondo. Lo contemplo y recuerdo como eran
aquellos días al alza mientras suena de fondo el hilo musical con los ecos de “Way
down we go” de Kaleo. Un suspiro de resignación y miro a cada lado de la sala.
El retrato de un hombre serio y adusto, lleno de ideales, al lado Derecho. Al
otro lado, el retrato de alguien que no me dice nada. Siempre por encima,
seguramente no sean tan importantes… eso es algo que se, pero son como un
estigma que duele día a día. Me pregunto si serán ellos la razón de que me
encuentre aquí en este momento, esperando a que lleguen los miembros de la
comisión de emergencia.
Abro la puerta para echar un vistazo impaciente a la espera
de mis invitados. Por ahí anda correteando ese chico en su inocente triciclo.
Hace años que le conozco, recorre eternamente los corredores de este edificio
vacío, como Danny en el Hotel Overlook. Le digo que pase a la sala por pena, no
será molestia alguna. Este chico quedó huérfano hace cerca de 8 años, no se
volvió a saber nada de sus 11 o 12 familiares nunca más. Él sólo pasa y se
sienta a un lado de la larga mesa del centro del despacho. Saca una rana de
origami y la hace brincar, sin hacer caso al gráfico proyectado. Dulce
inocencia, si él supiera…
Me acerco a las ventanas, con sus persianas firmemente
bajadas. Me da miedo ver lo que hay más allá, tanto como los rayos de sol que
se pueden filtrar a través de las formas oblonguas en una mañana de verano.
Echo un vistazo rápido en mi reflejo, lo suficiente para ver la necesidad de
ajustarme la corbata. Necesito que me ate bien el cuello, por si acaso piden mi
cabeza. No me da pena no saber que se ve desde la ventana, me siento más seguro
con mis miedos. Además puedo imaginar todo lo que yo quiera, y siempre será
mejor que la realidad, ¿verdad?
Llegan tras unos minutos los asistentes. La primera es la
chica nueva, Greta. Ella no quiere estar aquí, cree que lo disimula pero su
cara es clara como el agua. No pensaba que fuera a venir. La habrá obligado su
madre, o se lo habrá recomendado su psicóloga… no tengo ni idea. Tras ella
entran Dam Sens y Tusep. El primero no fue el mismo desde lo de su padre, me
pregunto hasta que punto puedo confiar en él. Con Tusep he tratado más, este sí
es un viejo amigo que siempre estuvo ahí. Se puede ausentar por momentos, pero
sé que siempre sigue mis pasos. Ahí estuvo él en mis mejores momentos, en esos
días al alza. Entran los tres y comienza la reunión.
Los he convocado aquí por una emergencia. Me ha bastado
echar un vistazo al historial de entradas para saber que algo no iba bien. Hace
años que no escribo, apenas una entrada al año. ¿Acaso ya no tengo nada que
contar? ¿No hay nada que pueda imaginar y relatar? Hago feedback de aquellos
primeros años. Eran otros tiempos, desde luego. Abro un cajón y hay un viejo
cuaderno amarillo, con anotaciones de filosofía. Este cuaderno me impulsó a
emprender esta empresa. Lo abro y veo que sus apuntes también cesaron. Recuerdo
quien lo escribía y me pregunto qué podría haberle pasado para dejarlo. ¿Sufrió
también esta crisis? No sé, no parece de esos… parecía que él siempre tenía
algo que contar. Podía ser de música, o podía ser de filosofía.
Bajo el cuaderno veo varios libros y revistas más. Los cojo
y reviso al azar, y siento el dulce y suave pinchazo de la tristeza. Algunos
sólo tienen portada, sin nada en su interior… pero recuerdo cuándo los cogí, y
recuerdo el porqué. Otros están a la mitad también. Me pregunto qué puede pasar
para que un 2012 uno deje de escribir.
Miro a la mesa y es suficiente para averiguar lo que pasa. Si
quiero que esto siga a flote los necesito, pero no los tengo en mi día a día…
eso ya lo admití en un escrito de 2015. Quizás es por eso que vivo en
retrospectiva, recordándolo todo continuamente con nostalgia, hasta que la pena
se desborda y me abastece para venir aquí y escribir.
¿Qué es la nostalgia? Es un monstruo, invisible. Está ahora,
aquí, a mi lado. También está a tu lado, si es que eres feliz. Fuera de las oficinas
de mi interior miro al frente y veo un árbol de navidad de 80 centímetros,
decorado con bolas plateadas y doradas. Lo cogimos hará dos semanas en un
Carrefour de Santander, y volvimos al ático y nos pasamos la tarde decorándolo
y encendiendo sus luces navideñas. Esa tarde fui feliz a su lado montando
nuestro primer árbol. Pasarán unos cuantos años y viviré, como siempre, en
retrospectiva. Recordaré este momento y veré que no estábamos solos. Arbolito
de navidad, me vas a doler.
La felicidad es la irremediable inversión que uno hace para
llenarse el corazón de pena.
Y las necesito, a ambas, para ser quien soy y dar lo mejor
de mí.